12 de septiembre de 2007

La leyenda del pescador Urashima

Hola Lectores:

Si queréis publicar algo en mí blog para que lo vean los demás, enviármelo al e-mail: alberto.zambade@hotmail.com y en breve será publicado.

Saludos del Dardo
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Hoy os traigo una leyenda japonesa precisa y ejemplar que aún hoy se sigue conservando entre la gente, impregnada en lo más profundo de la Cultura Japonesa, tratada y transmitida como un legado histórico muy importante dentro de Japón.
Os dejo a continuación con ella, para vuestro disfrute... Háganla, pues, suya...
Espero que les guste...
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La leyenda del pescador Urashima y su visita al fondo del mar

Urashima vivió, hace cientos y cientos de años, en una de las islas situadas al oeste del archipiélago japonés. Era el único hijo de un matrimonio de pescadores. Una red y una barquichuela constituían toda su fortuna. Sin embargo, el matrimonio veía compensada su pobreza con la bondad de su hijo Urashima. Y sucedió que cierto día el muchacho caminaba por una de las calles de la aldea, cuando de pronto vio a unos cuantos chiquillos que maltrataban a una enorme tortuga. De seguir de aquel modo mucho tiempo hubieran acabado por matarla y Urashima decidió impedirlo. Se dirigió a los chicos, y, reprendiéndoles por su mala acción, les quitó la tortuga. Cuando la tuvo en sus manos pensó dejarla en libertad y para ello fue hacía la playa. Una vez allí la llevó a la orilla y la dejó en el mar. Vio como la tortuga se alejaba poco a poco y cuando la perdió de vista Urashima regresó a su casa orgulloso de haberla salvado. Sentía una gran satisfacción por haber librado al animal de sus pequeños verdugos. Transcurrió algún tiempo desde aquel día.

Una mañana, el muchacho se fue a pescar. Tomó el camino que conducía a la playa y cuando llegó puso la barca en el agua, se montó en ella y remó mar adentro. Llevaba largo rato remando y por momentos perdió de vista la orilla; decidió echar al agua su red y cuando tiró para sacarla hacia fuera notó que le pesaba más que de costumbre. Cuando logró levantarla, con gran sorpresa, vio que dentro de la red estaba la tortuga que él mismo echó al mar, la cual, dirigiéndose a él, le dijo que el rey de los mares, que había visto su buen corazón, la enviaba para conducirle a su palacio y casarle con su hija, la princesa Otohime. A Urashima le entusiasmaban las aventuras y accedió muy gustoso, aunque la incertidumbre no dejaba de merodearle en su cabeza. Juntos, la tortuga y Urashima, se fueron mar adentro hasta que llegaron a Riugú, la ciudad del reino del mar. Era maravillosa. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro; el suelo estaba cubierto de perlas y grandes árboles de coral que daban sombra a los jardines; sus hojas eran de nácar y sus frutos de las más bellas pedrerías.

Hacia los asombrados ojos de Urashima, avanzaba una hermosísima doncella: era Otohime, la hija del rey del mar. Le recibió como a un esposo y juntos vivieron varios días en una completa felicidad. Todos colmaban al pescador de todo género de atenciones, y entre tanta delicia, Urashima no sintió que el tiempo pasaba. No podía precisar desde cuándo estaba allí. ¿Para qué iba a querer saberlo? No debía importarle. La vida en aquel maravilloso lugar le parecía inmejorable; nunca pudo soñar nada semejante. Y cuando más feliz estaba, sucedió que un día se acordó de sus padres. ¿Qué sería de ellos? Sin duda sufrirían mucho sin saber lo que había sido de él. Y desde aquel momento la tristeza se apoderó de todo su ser. Nada lograba distraerle; ya no encontraba aquel lugar tan encantador y hasta le pareció menos bello. Sólo deseaba una cosa: volver junto a sus queridos padres. Y así se lo comunicó una mañana a su esposa, cuando ésta procuraba por todos los medios averiguar la causa de su pena. Al decirle Urashima lo que quería, Otohime se entristeció; procuró convencerle de que se quedara junto a ella, pero nada cambió su decisión, ni siquiera el amor que ambos habían cultivado juntos todo ese largo tiempo. El pescador estaba firme en su propósito. Así, pues, Otohime prometió devolverle a la aldea y con un lucido cortejo le acompañó hasta la playa. Cuando al fin llegaron, la princesa entregó a Urashima una pequeña caja de laca, atada con un cordón de seda. Le recomendó que, si quería volver a verla, nunca la abriese. Después se despidió de él y con su acompañamiento se internó en el mar.

Pronto Urashima la perdió de vista. Con la cajita en sus manos, miraba fijamente a las aguas. Así estuvo algún tiempo y después recorrió la playa con la esperanza de ver de nuevo a su padres. De nuevo estaba en su pueblecito. Las mismas arenas, las rocas de siempre, el mismo sitio donde de pequeño tantas veces había ido a jugar. Le parecía que su vida en la cuidad del mar había sido un sueño. “¡Qué lejos todo aquello!” pensó. Entonces encaminó sus pasos hacia su casa, pero cuando entró en la aldea no supo por dónde tirar. La encontraba completamente cambiada, no la reconocía. Las casas eran más grandes que antaño, con tejados de pizarra que sustituían a los de paja, todo era diferente. La gente se vestía con vistosos quimonos bordados. Parecía otro lugar. Y, sin embargo, era su pueblo, estaba convencido de ello. La misma playa, las mismas montañas, sólo las casas y la gente habían cambiado. Entonces decidió preguntar a unos muchachos dónde se encontraba la casa del pescador Urashima, puesto que éste era también el nombre de su padre. Los muchachos no supieron responderle, no conocían a tal pescador. Entró en un comercio e hizo la misma pregunta al dueño, pero éste le dijo lo mismo que los chicos, “nunca habían oído hablar de tal pescador”. Entonces pensó que quizás tampoco era cierto el hecho de que su padre de siempre le transmitió que un anciano legendario del pueblo era el que creía conocer a todos los habitantes de la pequeña aldea. En esto quizás sí acertó su padre, porque al pasar por allí un hombre que debía de tener muchos años, a juzgar por su apariencia, dijo con voz tenue que él sabía mil historietas antiguas del pueblo y conocía las vidas de sus antiguos habitantes. Urashima se dirigió a él, por indicación del dueño de la tienda y le preguntó dónde estaba la casa del pescador Urashima. El viejo no contestó, se quedó un momento pensativo, y al cabo de un rato reaccionó diciendo.

-Casi lo había olvidado, hijo. Han pasado más de cien años desde que murió el matrimonio. Su único hijo cuenta la leyenda que un día salió a pescar y que a partir de entonces nadie volvió a saber lo que le sucedió al pequeño.

Urashima empezó a comprender. Mientras vivió en la ciudad del mar había perdido la noción del tiempo. Lo que le habían parecido sólo unos cuantos días en realidad habían sido más de cien años. No supo qué hacer. Se encontraba completamente solo en un pueblo que, aunque era el suyo, le era total y en absoluto extraño. Entonces se dirigió a la playa de nuevo, añoraba, ahora, y comprendía, entonces, el poco amor que le quedó por descubrir y prometió volver al encuentro con la princesa Otohime.
Pero pensó “¿Cómo puedo llegar hasta ella?”

En su precipitación por ver a sus padres olvidó cuándo se despidieron. También preguntarle de qué medio se valdría para volver a verla. Y de pronto recordó la cajita que tenía entre sus manos. Se olvidó de que no debía abrirla y pensó que haciéndolo quizá pudiera ir junto a Otohime. Desató sus cordones y la destapó, abriéndola por completo. Al instante salió de ella una nubecilla que se fué elevando, elevando, hasta perderse de vista. En vano Urashima intentó alcanzarla. Entonces recordó la recomendación de la princesa, su atolondramiento le había dejado en blanco. Ya no volvería a verla. Sintió, pues, que sus fuerzas le abandonaban, que sus cabellos encanecían, que su rostro se marcaba de innumerables arrugas, haciendo de su piel una suave tela; su corazón cesó poco a poco hasta que dejó de latir, hasta que al fin cayó al suelo precipitadamente, con la mirada perdida en el firmamento. Cuando a la mañana siguiente fueron los muchachos a bañarse, vieron tendido en la arena a un hombre decrépito, sin vida. Era Urashima que había muerto de viejo.

Todavía hoy algunos pescadores de ciertos pueblos del Japón cuentan a sus hijos esta historia, para que no se distraigan en sus tareas diarias. Ingeniosa, mágica, triste y ejemplarizante.
De nuevo las leyendas del Japón nos hacen ver la vida de un modo distinto, con más sentido y lógica.

Alberto Zambade
Todos los derechos reservados © 2007

17 comentarios:

Celeste dijo...

Uy! Qué honor ser la primera!

Ay, mi querido Alberto!

Si, es definitivamente triste esta historia. Pero también llena de reflexiones. Mientras leía sonreía recordando cómo y cuántas veces he olvidado mis obligaciones y seres queridos cuando me sumo profundamente en mi misma, por ejemplo. Lo cual además de todo es egoísta al extremo. Por fortuna volví a tiempo... ¡Cómo es que olvidamos cosas tan importantes!

Sería bonito rescatar y escribir para los que vengan, leyendas de nuestros pueblos originarios.

Beso celeste.

PD: Me voy corriendito a mi blog a colgar mis premios... qué emoción!

Azul dijo...

Maravillosa historia compartes mi querido Dardo...y yo solo puedo dejarte a cambio mil bikos!

Anónimo dijo...

Una historia bonita y a la vez triste.
Me ha gustado mucho como todo lo que escribes.
Un besote mi niño.

Anónimo dijo...

Por cierto, que el anónimo soy yo, tu dardita, que se me ha olvidado poner el nombre jaja.

Deikakushu dijo...

Si es que quien le mandará dejar a su amada!!! Los padres son muy importantes, pero aún lo son mas los hijos; es un impositivo biológico. Si has encontrado tu sitio y la felicidad, no te muevas de ahí!! ya se que no suena muy políticamente correcto, que podréis decir "pero echaba de menos a sus padres, es normal que quisiera regresar". Cierto, pero su felicidad era un regalo increíble, casi divino, y el precio era simple: romper con el pasado. Pero Urashima lo quería todo, y eso no puede ser. Su felicidad era intemporal, grandiosa, ideal y querer volver a la realidad le costó muy caro.
O al menos esa es mi interpretación, ;)
Un abrazo

Corazón Coraza dijo...

Buaaaaa!! sisis...mucho de enseñanza y de no ser tan "despistados" pero el Amorrr??? Buuuaaa!! Que tontoo este Urashima!!! Bue....! AY!! que se le va a hacer!!..Y a mí que me encantaa el marrr.........
Besos Dardo...cuidate!:(

Visnja Roje dijo...

Alberto, que linda historia, como para contárselas a los hijos, para que sean buenos hijos, respetuosos de las normas que se le enseñan, en estos tiempos no tomar
decisiones importantes sin consult previa, si has desconocido,y te dan alguna indicación especifica, cumplirla,no desconocer las reglas en ningún orden de cosas.Bueno y así se pueden sacar muchas enseñan-zas.
Alberto te invito a ver mi primer video,pero no el tradicional,tiens que venir,es dificil explicar.

Un saludo
Visnja

Jesús dijo...

Gracias por el premio, en breve lo añadiremos a nuestra prestigiosa revista, jejejejej

eclipse de luna dijo...

Vaya por algo me gustan las leyendas...sus finales siempre dan que pensar.Bonita historia.
Un besito.Mar

Jenipher dijo...

la verdad es que no me llaman mucho la atención las cosas orientales... ninguna... pero la leyenda que nos comparte se robo mi tiempo y me ha gustado mucho...


besos miles...

Cabreher dijo...

Es una bonita historia, triste, pero tambi�n aleccionadora, como todo lo que hacen y dicen los orientales. Como siempre, es un placer leerte. Un abrazo

Valk dijo...

Maravilloso, gran lección la que nos muestras hoy en forma de leyenda.

Estoy de acuerdo con Dei, es evolutivo el dejar el nido de siempre y volar a crear el de uno, con la suavidad del que despierta de un letargo.
Si, como en est caso, te dan las ramas, el sitio y a una compañera, si te dan toda la felicidad...que más puede pedirse?
Cierto es que la añoranza puede hacernos mirar hacia atrás, pero no debemos olvidar que a menudo los caminos de la vida son de una sola dirección.

Muchos besos, Alberto, un placer leerte cada vez es mejor.

El Señor de las Anecdotas (pero sin elfos) dijo...

Es muy bella la historia y ademas triste. como muchas (o casi todas, las leyendas japonesas)

ME gusto mucho conocer tu blog.
vengo del blog de deikakushu. y vendre mas seguido porque lugares donde se cuenten buenas historias hay pocos

AnaR dijo...

Otra leyenda con ese refinamiento tan propio y esa sabiduria henchida y basada en la paciencia.Me ha encantado
Un abrazo

Tony dijo...

Me he quedado medio tristón... está muy bien hecha, añadida con esos toques de encanto que le das ¿por qué no publicas uno? Pero en hojas de papel, je, je, je.

Un saludo desde los cielos dorados de Perú.

@Intimä dijo...

Me encantan estas historias, siempre dejan una tela de araña, tras la lectura.
El amor lo es todo, pero nunca es completo si falta algo para complementarlo, y él lo quiso todo y todo lo perdío.
La felicidad esta a menudo a nuestro alrededor y nosotros pretendemos encontrarla más alla de nuestra sombra.
Un beso querido Dardo, siempre un placer seguir tus pasos.

una madrileña dijo...

¿Tu crees que las leyendas tienen algo en común? Porque esta leyenda me ha recordado un poco a la de inverness y la colina de las hadas.
Distintos países, distintas culturas pero siempre los sentimientos y las reacciones iguales.
Besazos.