Si queréis publicar algo en mí blog para que lo vean los demás, enviلrmelo al e-mail: alberto.zambade@hotmail.com y en breve será publicado.
Saludos del Dardo
En dedicatoria a un gran amigo que no diré su nombre por respeto y por petición personal. Es un relato que he recibido de él esta semana y que he creído correcto publicarlo porque creo que algunos y algunas, bloggeros y bloggeras, se pueden sentir identificados e identificadas con sus palabras. Espero que os guste. Francamente, es mi opinión personal, es inmensamente emotivo y ejemplar porque expresa y plasma muy bien esa sensación en la que parece que la mente es la que nos está hablando y no nuestras manos cuando escriben.
Os dejo con él.
Un gran amor
La tarde aún nos regalaba parte del calor que nos había acompañado todo el día y en su lejanía el sol nos dejaba un atardecer de película.
Eran las ocho de la tarde, la misma hora de hace ocho años. Durante un tiempo me escribí con Rocío una vieja y querida amiga de batallas, gravemente enferma. Mi amor, tengo que reconocerlo, creció cada día, cada instante que pasaba cerca de ella. Melosa y cariñosa, dulce y comprensible, amable y tierna, eran sus debilidades. Era un torbellino de alegría que aún sigo buscando.
Me ocurría varias veces. Al entrar en un bar y encontrarme con una amiga sentía aquella sensación de exceso de confianza. Esa sensación que nos hace ser diferentes con las personas que conoces y te conocen por algo.
Yo actuaba tranquilamente y contestaba a las preguntas improvisadas convencido y, a veces, ilusionado por saber qué hubiera contestado ella en mi lugar. Por eso siempre dejaba que ella me dijera las respuestas correctas que debía de darle a sus cuestiones improvisadas. Me encantaba escucharla, al menos eso. Aunque siempre me acababa pillando en alguna pregunta ¡Lógico! Si supiera todas las respuestas hubiesen sido muy aburridas las conversaciones diarias con ella y con mis amigos y amigas.
Tengo que confesar que eran “distintas” aquellas conversiones. Pues, tenían algo que ¿Yo qué sé? Que qué sé yo, pero que me acababan gustando. Y, sinceramente, en parte, recordarlas me traía a la mente aquellos maravillosos momentos que pasé con Rocío en las tardes de estío, cuando nos sentábamos a tomar un refresco, después de dar un largo paseo por el Paseo Marítimo, en una terracita a pie de playa.
Hoy estoy sentado nuevamente a pie de playa, a espaldas del Paseo por dónde paseamos tantas veces, pues ahora sólo estamos el mar y yo. De fondo escucho el sonido de las olas romper en la orilla y el viento me trae un fragmento de la música de The Platters y su Only You. El Paseo está como mi vida. La mar sigue su curso al igual que el paso del tiempo.
-Todo en está vida tiene un principio y un final-me decía, para intentarme convencer de ello.
Muchas veces me he cuestionado si estaré preparado para afrontar mi destino. El amor… que tendrá el amor que por sí solo se hace inolvidable.
Autor: Anónimo
Alberto Zambade (Arganda del Rey) El pequeño Dardo
Os dejo con él.
Un gran amor
La tarde aún nos regalaba parte del calor que nos había acompañado todo el día y en su lejanía el sol nos dejaba un atardecer de película.
Eran las ocho de la tarde, la misma hora de hace ocho años. Durante un tiempo me escribí con Rocío una vieja y querida amiga de batallas, gravemente enferma. Mi amor, tengo que reconocerlo, creció cada día, cada instante que pasaba cerca de ella. Melosa y cariñosa, dulce y comprensible, amable y tierna, eran sus debilidades. Era un torbellino de alegría que aún sigo buscando.
Me ocurría varias veces. Al entrar en un bar y encontrarme con una amiga sentía aquella sensación de exceso de confianza. Esa sensación que nos hace ser diferentes con las personas que conoces y te conocen por algo.
Yo actuaba tranquilamente y contestaba a las preguntas improvisadas convencido y, a veces, ilusionado por saber qué hubiera contestado ella en mi lugar. Por eso siempre dejaba que ella me dijera las respuestas correctas que debía de darle a sus cuestiones improvisadas. Me encantaba escucharla, al menos eso. Aunque siempre me acababa pillando en alguna pregunta ¡Lógico! Si supiera todas las respuestas hubiesen sido muy aburridas las conversaciones diarias con ella y con mis amigos y amigas.
Tengo que confesar que eran “distintas” aquellas conversiones. Pues, tenían algo que ¿Yo qué sé? Que qué sé yo, pero que me acababan gustando. Y, sinceramente, en parte, recordarlas me traía a la mente aquellos maravillosos momentos que pasé con Rocío en las tardes de estío, cuando nos sentábamos a tomar un refresco, después de dar un largo paseo por el Paseo Marítimo, en una terracita a pie de playa.
Hoy estoy sentado nuevamente a pie de playa, a espaldas del Paseo por dónde paseamos tantas veces, pues ahora sólo estamos el mar y yo. De fondo escucho el sonido de las olas romper en la orilla y el viento me trae un fragmento de la música de The Platters y su Only You. El Paseo está como mi vida. La mar sigue su curso al igual que el paso del tiempo.
-Todo en está vida tiene un principio y un final-me decía, para intentarme convencer de ello.
Muchas veces me he cuestionado si estaré preparado para afrontar mi destino. El amor… que tendrá el amor que por sí solo se hace inolvidable.
Autor: Anónimo
Alberto Zambade (Arganda del Rey) El pequeño Dardo
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